Feliciano y la sintonía

Antes, cuando los taxis no llevaban ni aire acondicionado, era un martirio pedir que te sintonizaran una emisora. Hubo una época en que pedir una emisora era un riesgo, según qué emisora pidieras. Y hubo un tiempo en que nunca daban con el dial exacto, y te molían la cabeza a ruidos.

¿Y a qué viene esto? Antes de explicarlo, dejen que aproveche el centro del verano para recordar a Feliciano Fidalgo, el ilustre primer corresponsal de EL PAÍS en Francia. Cuando volvió de su corresponsalía, Feliciano se instaló en España; no se puede decir que Feliciano se instalara en la Redacción, o en Madrid. Se instaló en España. Era extraordinario percibir cómo iba descubriendo este país, como un ciclista, mirando sus esquinas, sus casas de comidas, los ojos de los parroquianos, la soledad de los páramos unamunianos en los que disimuló su tristeza mascando en silencio las agonías (unamunianas también) de un gran periodista.


Acostumbrado a las épocas del excesivo frío y del calor rotundo, estaba dispuesto a aguantarlo todo; y durante esas excursiones en las que volvió a ser un chiquillo en busca de historias, aquel periodista todoterreno se adentró en el alma de este país como si quisiera quitarle sus sepulturas de vidrio o de silencio. Para él, todo era una fiesta, mientras duró. Ahora bien, era el martillo de los taxistas. Los que le conocieron saben que esos amigos suyos de coche con taxímetro se apresuraron a poner aire frío en sus automóviles por si los llamaba, desde cualquier rincón de nuestros calores, el insigne Feliciano.

Así pues, si hay en Madrid un 92% (así lo contó García Márquez) de taxis con aire frío a bordo es porque existió Feliciano. Inventó otras cosas (como el modo de preguntar que durante años fue señal de la última página de este periódico, donde hoy pregunta Karmentxu Marín), pero eso fue lo que más le costó lograr: que los taxistas llegaran ya con el interior de su vehículo verdaderamente refrigerado. Y ya podía ir, pasara lo que pasara, a cualquier sitio: de Madrid a Mondoñedo, por ejemplo, que fue la ruta que una vez hizo Álvaro Cunqueiro aprovechándose de que Fraga (¿o fue Serrano Suñer?) le dijo al chófer oficial: "Y lleve usted ahora a don Álvaro donde él le diga". Y, claro, Cunqueiro señaló la ruta de Mondoñedo. A desayunar.

En fin, de lo que se trataba es de hablar de lo que hizo Fidalgo con los taxis. Pero no logró que los taxistas consiguieran sintonizar bien sus transistores. Y para él (como para cualquiera) era un martirio escuchar esos chirridos inclementes que salían de las emisoras.

Pues a este país le pasa lo mismo que a los taxis de entonces: está todo mal sintonizado. El otro día, en el Pleno, sintonizaron tan mal sus señorías que convirtieron a Zorrilla y a la selección roja en armas arrojadizas; y ahora, además, hay chirridos en el Oeste y en el Este, y la deriva de la mala sintonía está cayendo como el pedrisco sobre las cabezas de la nación. Lo más pacífico que pasa es la sonrisa de Del Bosque, que no solo representa una victoria, sino que marca el paso del sentido común. Carecemos de sintonía, somos una radio antigua que quizá repare la voluntad de descanso que tiene cada verano, aquella estación que tan feliz hizo a Feliciano Fidalgo.

Fuente. http://www.elpais.com/articulo/opinion/Feliciano/sintonia/elpepusocdgm/20100725elpdmgpan_2/Tes

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