Rusia: 1812, historia de una guerra europea → Sexta parte

Hoy les presentamos la sexta edición del ciclo de programas titulado: "1812, historia de una guerra europea". El autor de este ciclo es Dimitri Minchenok.

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Francia. París. Agosto de 1810.
Los emisarios de Alejandro comunican desde Viena que Napoleón sueña con renacer el "proyecto bizantino". (No se saben las razones, pero Alejandro confiaba bastante en las informaciones desde Viena. Bromeaba diciendo que, "los parientes de la esposa saben siempre sobre el marido mucho más que este sobre si mismo"). Lo primero era muy extraño.

Francia se empeñaba en flirtear con el Imperio Osmánico, mientras estaba en malas relaciones con Austria. Pero ahora, cuando Austria era prácticamente un reino vasallo, ¿qué necesidad había de ello? En cuanto a lo del "reino vasallo", los consejeros de Alejandro estaban en la razón. Desde Viena también, Napoleón en esos años solo escuchaba lisonjas serviles. Cuando la emperatriz María Luisa dio a luz a un hijo, en 1811, al heredero del imperio napoleónico, en Viena fue creada una estampa que  enterneció a la corte, en la que se reproducía a la Virgen con el rostro de María Luisa con Cristo en los brazos, el que tenía el rostro del neonato "rey de Roma", mientras que sobre lo alto, en medio de la subes se distinguía el dios mismo, Savaof, con la fisonomía de Napoleón.
Se llegaba hasta lo vulgar, lo curioso y lo absurdo cuando se trataba, una vez más de expresar al soberano de París los sentimientos de postración servil, de reverencia religiosa y de admiración histérica.

El instinto y la razón hablaban a quienes poseían un intelecto más amplio y olfato político, por ejemplo, al propio Metternich, que el imperio de Napoleón no podía ser eterno. Pero, el pavor ante la invasión acallaba la voz de la razón tanto en Austria como en Prusia. El miedo ante el omnipotente suegro hizo del amo de Metternich, el emperador Francisco, un lacayo tan sumiso de Napoleón como era el asustado emperador prusiano Federico Guillermo III. En general, entre 1810 a 1812, incluso en las personas más escépticas comenzó a apoderarse la conciencia de la imposibilidad plena de una lucha exitosa inmediata contra Napoleón. Entonces, ¿con qué sentido mostraba Napoleón buena disposición hacia Alejandro? ¿Qué necesidad podía tener tal gigante del "proyecto bizantino"? Este era un misterio que los asesores comenzaron a desentrañar a partir de 1810.

En Petersburgo volvieron a escarbar en los viejos documentos. De un baúl sacaron los apuntes de Catalina sobre la Ciudad del Zar, Constantinopla, y comenzaron a hablar de la vigencia de esa idea. Rechinaban las plumas y resonaban las frases: "En caso de una buena fortuna y de la victoria sobre los turcos, Rusia tiene la posibilidad de crear un nuevo "Imperio bizantino", un estado griego títere con respecto a Rusia. Lo más interesante es que, con tal fin había sido ya preparado un emperador. De ello se había preocupado la autora del proyecto, Catalina la Grande. Emperador del renacido Bizancio debía ser Constantin Pavlovich, Gran príncipe, hijo de Pavel Petrovich. Para ello le habían dado, incluso, un nombre, Constantin, como el signo de la fe de la abuela en que su nieto iba a gobernar Constantinopla.
Alejandro quedó bastante sorprendido cuando el príncipe Kurakin le informó de que, incluso Voltaire instaba a Catalina a llegar en la guerra contra los turcos hasta Estambul, convertirla de nuevo en Constantinopla, destruir a Turquía y salvar a los cristianos balcánicos. Cuando Alejandro preguntó a su embajador hasta qué punto era serio Voltaire en la relación epistolar con Catalina sobre esa materia, el embajador le respondió que no podía ser más serio, porque como filósofo incluso dio a su amiga monarca un consejo práctico: para un mayor parecido con las hazañas de la antigüedad en los combates contra los turcos, recurrir en las estepas a las ruedas, como las que había usado Alejandro Magno. Sin embargo, en tiempos de Catalina no tuvo lugar la toma de Constantinopla, y posteriormente se olvidaron de ese plan.

En cambio lo recordó Napoleón. Pero, ¿qué auguraba aquello para Alejandro? Volvieron a despertar las ilusiones de Alejandro con respecto a Napoleón y a sus promesas. Resulta que en 1809,  antes de una coalición más de Rusia con Austria contra Francia, Napoleón realizó una maniobra táctica inesperada: propuso a Alejandro apoyarlo en una guerra contra Austria. En recompensa, Napoleón prometía a Alejandro Galitzia, aquella misma que pertenecía a Austria y que, según los proyectos de Catalina, debía convertirse en la médula de la nueva Dacia o del nuevo Bizancio.
Pero, ¿qué pasaba si Napoleón tomaba también en serio el "proyecto griego"? ¿Y si en general no se empeñaba en "tentar" a Alejandro, como sus consejeros aseguraban al joven emperador, sino plasmar en realidad el proyecto de creación del Nuevo Bizancio? Pero, ¿con qué fin?
Entonces, Alejandro no creyó a Napoleón y se negó a respaldar al "francés" contra el "vienés". Se negó a recibir Galitzia solo porque para ello habría tenido que ayudar al odiado Bonaparte en 1809. Pero, ¿Qué pasaría si de pronto se equivocó entonces? Y es que, de haberse sellado entonces la alianza entre Francia y Rusia, no habrían estado en 1910 las tropas francesas en el río Neman, junto a las fronteras mismas del imperio ruso. ¡Cuántas posibilidades fueron desperdiciadas! Y todo en un año solamente. La cabeza daba vueltas.
Por otra parte, la nobleza y la aristocracia elogiaban a Alejandro por esa "desaire" a Napoleón. Pues, lo habían inducido a la guerra y el monarca ruso se opuso por todos los medios. Toda la flor y nata de Petersburgo se empeñaba en mostrar frialdad al embajador galo Colencour en esa ciudad. Las damas apuntaban ostentosamente hacia él los binóculos cuando aparecía ante el público. Los varones eran mucho más soberbios. Mientras que el zar tenía que compensar todo eso. Pero, mientras más afectuoso y cordial se comportaba el zar con el embajador, tanto más ostentoso era el rechazo de los círculos aristocráticos tanto del nuevo Petersburgo, como sobre todo del viejo Moscú. Pero, desde fines de 1810, Alejandro dejó de oponerse a esa triunfal corriente "del partido de la guerra". Napoleón no retiró las tropas de Prusia y, lo principal realizó un cierto juego con los polacos, sin abandonar la idea del restablecimiento de Polonia, lo que amenazaba a la integridad de las fronteras rusas y al arrebatamiento de  Lituania.

En segundo lugar, Inglaterra se mantenía aun con sus colonias y mares, pero desde allí llegaban también noticias frecuentes de quiebras, de ruinas, de cesantía, de revolución amenazante, en suma, de la asfixia que comenzaba para el país por el bloqueo continental. Los miserables pastores españoles, ante la aparición de destacamentos franceses corrían hasta los desfiladeros y a los bosques para desde allí continuar la lucha. Pero Austria no podía ni quería librar una lucha semejante. ¿Rusia?  Pero era a todas luces más débil que Napoleón; derrotada vergonzosamente en Austerlitz en el vano intento de ayudar a Austria, traicionó a Prusia en Tilzit. En general, no cabía confiar en la buena voluntad del "diablo corso". Hasta ahora existen teorías expuestas por algunos historiadores de que, justamente en este asunto Alejandro cometió un error garrafal. Napoleón no planeaba una guerra estrictamente obligatoria contra Rusia. De haber revelado entonces el joven emperador flexibilidad y astucia, de haber optado por la coalición con Napoleón contra Austria, podría haber sido evitada la Guerra Patria de 1812. Habrían sido evitadas tantas víctimas. Pero, la historia no se escribe en tiempo subjuntivo. Lo que pasó pasó. Los errores se cometieron y esa es otra cuestión. Para la guerra contra Napoleón faltaban menos de 750 días.

Hasta aquí la sexta edición del ciclo de programas de Dimitri Minchenok, titulado "1812, historia de una guerra europea". Les invitamos a escuchar la continuación de este ciclo, el martes, a esta misma hora y punto del dial.

Fuente:Sexta parte: La Voz de Rusia http://bit.ly/amJnDo
(Yimber Gaviria, Colombia)

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